domingo, 29 de enero de 2012

Luchar no es siempre de valientes.

A veces cuando la vida te pone delante las todas las respuestas, eres tú mismo el que empiezas a dudar. Es entonces cuando te preguntas si realmente te merece la pena seguir luchando por algo que no tiene salida, un túnel que no tiene fin y que te atrapa en tus propios pensamientos. Pelear por algo inexistente desde un principio quizás es el error que todos cometemos pues vemos una luz que nunca existió y es entonces
cuando te encuentras frente a un muro que ha estado delante de tí todo este tiempo pero que nunca has visto, un muro lleno de ilusión y esperanzas que se rompe en mil añicos cuando chocas a toda velocidad contra él. Quizás la única ilusión que te queda es que ese muro siga ahí, quieto, sin moverse, pero al final sabes
que acabarás estrellándote contra él y todos tus deseos se vienen abajo a su vez.
Dejar a un lado tu ego, tus principios, tus expectativas, tus deseos, apuestas todo lo que tienes por algo que es intangible, como aquellos castillos en el aire.
Te vuelves loco, no sabes qué hacer o qué decir, ni siquiera sabes si a los 5 minutos volverás a tener la misma opinión o sentirás incluso más rabia en tu interior,
angustia, agobio, el no saber que hacer, sientes como si te apretaran fuertemente el pecho, como si no encontraras otra salida, lo ves todo lleno de un humo negro que te asfixia, te atrapa y sigues sin encontrar una respuesta coherente a todo lo que sufres.
Intentas sonreír, pero sabes que todo es una mera máscara que no podrá esconder lo que realmente sientes.
Perder la dignidad hasta límites insospechados sólo es algo que aprendes a llevar contigo mismo como algo natural, es parte de tu rutina, porque al fin y al cabo, hagas lo que hagas, demuestres lo que demuestres y sientas lo que sientas todo acaba en un profundo y oscuro agujero en el que te pierdes cada vez más y sabes que jamás encontrarás una salida.


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