lunes, 14 de noviembre de 2011

Déjame convertirme en tu piedra favorita para tropezar

Cuando todo tu mundo se encuentra en la más absoluta estabilidad, siempre hay algo que lo quiebra, que fractura tu realidad en miles de pequeños y puntiagudos cristales que parecen clavarse poco a poco en tus recuerdos, haciéndote ver que todo es efímero, que las personas pasan por tu vida de una forma tan fugaz que ni siquiera tenemos tiempo de echarlas de menos.
Recuerdos, sí, al fin y al cabo supongo que todo se reduce a eso, porque ya no queda nada material de aquello que sentimos, que fuimos, que vivimos...
Es increíble como tu mundo se reduce a añicos en tan solo unos segundos.
El constante enfrentamiento entre el pasado y el presente parece que nunca acaba y las batallas se repiten una y otra vez, parece ser que nunca se puede ser completamente feliz.
Y es entonces cuando vuelves a sentir esa presión en el pecho, esa incapacidad para respirar, cuando todo se te queda pequeño y te encuentras encerrado en una angustia fría y permanente.
Sabía que hoy no iba a ser un buen día desde que abrí los ojos.

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